Dos encuentros bastaron: mis recuerdos con Arnoldo Palacios
Por: José Antonio Caicedo Ortiz. Profesor del Departamento de Estudios Interculturales de la Universidad del Cauca, Popayán
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Dos veces tuve contacto con Arnoldo Palacios. La primera fue como asistente al V Simposio Internacional Jorge Isaacs, en el marco de la XV Feria Internacional del Libro del Pacífico en la universidad del Valle. Ese 21 de octubre del 2009 fue el lanzamiento de su segunda novela, Buscando mi madre de Dios, libro publicado por esta Universidad y el Ministerio de Cultura.
Por primera vez palpé de cerca su conmovedora sonrisa y la enorme sabiduría de sus palabras, su frescura para atender a los jóvenes inquietos por conocer su obra. Me sorprendió la infinita amabilidad con la gente, los repetidos gestos de afecto para los desconocidos que nos acercábamos a él. Entendí que solo un ser grande puede ofrecer tanta dignidad en la sonrisa y más sabiduría en sus palabras.
El entrañable abrazo de ese día me motivó a revisitar su primera novela, Las estrellas son negras, la cual había ojeado en mi etapa de estudiante, por ella en los años noventa cuando llegó a mis manos por el circuito de los grupos de estudiantes afro de Univalle. La historia de Irra nuevamente me hizo recordar muchos eventos de mis años de infancia en Tumaco, quizás con más discernimiento, recabé en mi memoria las vicisitudes de los pelaos que en esos tiempos queríamos atravesar el mar para llegar a Cali y otras ciudades. En mi caso, regresar al sitio de nacimiento.
Cuando tienes un acercamiento físico con un escritor, sus letras nos interpelan distinto según como nos haya ido en el encuentro, es inevitable. Al abrir las páginas de la novela por segunda vez, sucumbí en las entrañas de Irra, vi reflejada mi infancia en el espejo del pasado, en aquellos tiempos de afugias y desazones cuando tener un pan en la boca era toda una proeza familiar.
Sus personajes, pero sobre todo el joven que no encontró su estrella, significó un reencuentro emocional con lo que queremos dejar atrás. Solo ahí pude entender que Irra siguen siendo los cientos de niños, niñas y jóvenes que nacen tratando de escabullirse de las profecías de la pobreza.
La segunda vez que la vida me topó con don Arnoldo fue a inicios del 2015, unos meses antes de su muerte, ya era profesor universitario y tenía un poco más de conocimiento sobre la obra del maestro. Mi compadre Carlos Valderrama me llamó para decirme que lo visitaría en Bogotá, pues buscaba la información de primera mano para su tesis doctoral. Con generosidad me preguntó si tenía alguna pregunta que hacerle al escritor. Por supuesto que tenía muchas, y sobre todo un inmenso deseo de hablar con él. Le dije al compadre que lo acompañaría al altiplano en busca de mi propia Madre de Dios.
Salimos de Cali a Bogotá en un bus intermunicipal. Cuando el cielo oscureció, desde la terminal de Cali “pegamos” rumbo a Bogotá con el corazón entre manos y con la emoción descontrolada por la oportunidad de hablar de cerca con don Arnoldo. Nos esperaba un encuentro revelador. A las nueve de la mañana llegamos al barrio Quiroga en medio del frio mañanero de la capital. Al arribar a la casa de su sobrina Sayly Duque, quien nos abrió la puerta con tal cortesía, supe de inmediato que asistiría a un día inolvidable, pues no solo tendría la suerte de verlo otra vez, sino de escuchar su voz más cercana, en primera persona.
Al entrar a la casa, su sobrina nos dijo que lo esperáramos, que pronto nos atendería. En medio de esos minutos de espera, el corazón se aceleró frenéticamente, no sabía cómo, ni de qué forma empezar. Salió lentamente en su silla de ruedas del fondo de la casa por un corredor estrecho que conectaba a la sala. Era la imagen de un cuerpo desgastado por la prisa de los años, pero con una personalidad reluciente. Lo primero que me reconectó fue su sonrisa, una imagen que siempre lo acompañó en la vida pública, la mejor señal de bienvenida para lo que sería una conversa que duró casi todo un día.
Con toda la disposición, nos habló con tal frescura y calidez, que me sentí otra vez con el abuelo. Nos contó de su vida en Francia, de sus primeros viajes desde Cértegui hasta la fría Bogotá, sus aventuras en la cruda realidad del Bogotazo cuando apenas era un joven, de sus andanzas de militante de emancipaciones en el viejo mundo, de sus encuentros con los intelectuales negros de las colonias francesas y de los Estados Unidos, en fin, de tantas experiencias que alimentaron sus novelas. Y también nos habló del olvido a su obra y a su persona, pero siempre con la tranquilidad de un hombre que no supo de rencores. Muchas cosas de las que hablamos las había leído en entrevistas y artículos, pero escucharlas de su propia voz fue como estar sentado al lado de un griot moderno, al que solo se le pregunta para recibir la infinita sabiduría que reposa en sus recuerdos. Habíamos compartido la intimidad de su mundo, su vida literaria y sobre todo, su tremenda humanidad desplegada en la generosidad de sus palabras, libres, alegres y profundas.
Arnoldo Palacios (Cértegui, Chocó, 20 de enero de 1924-Bogotá, 12 de noviembre de 2015) fue un escritor y periodista colombiano. Reconocido principalmente por su novela "Las estrellas son negras", publicada inicialmente por la Editorial Iqueima, de Clemente Airó, en 1948, y traducida a muchos idiomas desde la década de 2000, también escribió reportajes y memorias en revistas como Cromos y el semanario Sábado, centrados principalmente en la vida de las personas en el departamento del Chocó.
Desde 1949, y hasta su muerte en 2015, gracias a una beca del gobierno colombiano, residió en Francia, para estudiar lenguas clásicas en La Sorbona. Sufrió de poliomielitis desde los dos años, lo que de por vida lo obligó a usar muletas. En 1939, a los quince años se trasladó a Quibdó para iniciar sus estudios de bachillerato, y luego, en 1943, a Bogotá para terminarlos en el Externado Nacional Camilo Torres, en donde recibió clases del profesor José A. Restrepo Millán, y empezar sus estudios de derecho.
Durante la década de 1940, Palacios escribió en el semanario Sábado entre 1944 y 1949, textos como "Chocó, país exótico" (agosto 16 de 1947), que previeron el estilo de sus escritos por venir2. Además, frecuentó a escritores, intelectuales y periodistas en el café Fortaleza, en Bogotá, que después pasó a llamarse El Automático.
Debió reescribir a máquina las galeradas de la novela "Las estrellas son negras" porque estas se quemaron durante el Bogotazo, el 9 de abril de 1948. Según testimonios, la reconstruyó en tres semanas, se la entregó al editor Airó y retornó a Quibdó. Su primera portada la hizo el dibujante Alipio Jaramillo. A propósito de una investigación que realizó sobre esta obra, Óscar Collazos dice: "Celebré que la novela hubiera sobrevivido felizmente a las conspiraciones del tiempo y a las acechanzas del olvido, que su pesada carga documental no la hubiera convertido en simple expediente sociológico. En fin, celebré que siguiera siendo una conmovedora obra literaria"
Palacios llegó a vivir a París en 1949. Viajó a Varsovia y Moscú,Unión Soviética, en 1957, en donde consiguió reunirse con los editores de la Editorial Progreso para presentar su novela La selva y la lluvia. Luego de ello, logró que fuera publicada en septiembre de 1958, y se convirtió en el único escritor colombiano que figura en una colección de más de dos mil títulos publicados entre 1931 y 1986. Por muchos años, el libro fue imposible de encontrar en Colombia, a excepción de dos ejemplares, uno en el Fondo Germán Arciniegas de la Biblioteca Nacional de Colombia, que había sido regalado por Palacios a Arciniegas, y el otro en la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República. También escribió la autobiografía Buscando mimadrediós. Murió en Bogotá el 12 de noviembre de 2015.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Arnoldo_Palacios